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La responsabilidad del periodista en la era de las noticias falsas

Por: Laura Cedeño | Publicado el: 11 December 2025



Vivo en un tiempo donde la verdad parece haberse vuelto frágil. Un tiempo donde cualquier persona con un teléfono y una conexión a Internet puede fabricar una historia, difundirla y convertirla en un arma de influencia. Las noticias falsas esas sombras digitales que se extienden silenciosamente han cambiado la forma en que consumimos contenido, la forma en que opinamos y, sobre todo, la forma en que confiamos. 

Como periodista y como ciudadano, me veo obligado a replantear mi responsabilidad dentro de este ecosistema saturado de información y desinformación. Ya no basta con narrar hechos: hoy debo defenderlos. Ya no basta con informar: debo verificar, contextualizar y desintoxicar el torrente digital que amenaza con confundirnos. 

La fragilidad de la verdad en la esfera digital. 

La verdad solía tener guardianes: redacciones, editores, procesos, filtros, tiempos.  Ahora, la inmediatez la despojó de esas barreras. Cualquiera puede decir cualquier cosa. Y si logra hacerse viral, aunque sea falsa, termina siendo creída por miles de personas. 

El problema no es únicamente la existencia de noticias falsas; estas han acompañado a la humanidad desde que se empezó a escribir la historia. El verdadero peligro está en su velocidad, en su alcance y en su capacidad de erosionar la confianza pública en los medios. 

Cuando la mentira y la verdad circulan al mismo ritmo, y ambas parecen igual de verosímiles, el ciudadano promedio queda indefenso. Se pierde el punto de referencia. Se pierde la brújula. Y es ahí donde entiendo que el periodista tiene un rol irremplazable: ser el último bastión entre el caos informativo y la claridad. 

El deber ético de verificar: más que una técnica, un compromiso moral. 

Verificar no es un simple paso metodológico. Es un compromiso moral. Cada dato, cada nombre, cada cifra tiene el potencial de construir o destruir reputaciones, instituciones y decisiones colectivas. 

  1. La verificación en tiempos de desinformación exige: 
  • Un chequeo riguroso de fuentes. 
  • Un análisis del contexto en que surge la información.
  • Un rastreo del origen digital del contenido. 
  • Una lectura crítica de la intencionalidad detrás de cada mensaje viral. 

Cuando renuncio a verificar, traiciono al lector. Pero cuando verifico con disciplina y honestidad, ejerzo uno de los actos más nobles del periodismo: proteger el derecho de la sociedad a no ser engañada. 

Cuando renuncio a verificar, traiciono al lector. Pero cuando verifico con disciplina y honestidad, ejerzo uno de los actos más nobles del periodismo: proteger el derecho de la sociedad a no ser engañada. 

La presión de la inmediatez: la batalla entre “lo rápido” y “lo correcto”. 

Nunca antes el periodista había enfrentado un enemigo tan poderoso como la inmediatez. Las redes sociales exigen velocidad, reacción, títulos explosivos. El algoritmo premia al que publica primero, no al que publica mejor. 

Pero yo no puedo permitir que la rapidez se convierta en un credo. La ética periodística me recuerda que la urgencia jamás debe derrotar a la precisión. 

He visto cómo medios respetables cayeron en la trampa de publicar rumores por “no quedarse atrás” y después fueron obligados a retractarse. Pero la retractación nunca viaja tan lejos como la mentira original. La desinformación siempre corre más rápido. 

El periodista como educador informativo. 

Hoy, informar no es suficiente. Yo también debo educar. Enseñar a la audiencia a diferenciar una fuente creíble de una dudosa. Explicar por qué un contenido viral está manipulado. Desmontar narrativas falsas que viajan disfrazadas de análisis. 

El periodista del siglo XXI no solo produce noticias: 

Forma criterio, despierta pensamiento crítico y advierte sobre los riesgos de la manipulación digital. 

Esa función pedagógica es una extensión natural de la ética periodística. No puedo pretender combatir las noticias falsas si mi lector no sabe identificarlas. No puedo exigir confianza si no enseño cómo funciona la maquinaria informativa.

La responsabilidad emocional: el impacto humano de la desinformación. 

Detrás de cada noticia falsa hay un daño potencial: familias afectadas, comunidades divididas, reputaciones arruinadas, miedos colectivos activados. No se trata únicamente de “errores informativos”; se trata de heridas sociales. 

Como periodista, debo ser consciente de ese poder. Mis palabras o mis omisiones pueden amplificar miedos, sembrar odio o legitimar prejuicios. 

Por eso, antes de publicar, siempre reflexiono: 

¿esto aporta claridad o alimenta el caos? 

¿esto informa o hiere? 

¿esto es necesario o es simplemente viralizable? 

La ética, finalmente, es una forma de empatía. 

La misión del periodista en tiempos de crisis informativa. 

En esta era de pantallas saturadas, cadenas de WhatsApp, bots políticos y algoritmos que moldean realidades, el periodista es un punto de resistencia. Soy un guardián del dato, un custodio del contexto, un defensor del bien común. 

Aunque la desinformación se expanda, aunque la audiencia desconfíe, aunque las presiones externas quieran moldear mis textos, sé que mi responsabilidad es más grande que cualquier tendencia digital: 

Yo trabajo para la verdad, no para el ruido. 

La era de las noticias falsas puso en crisis la relación entre ciudadanía e información. Pero también abrió una oportunidad para revalorar el papel del periodista. En un mundo donde cualquiera puede hablar, el periodista debe ser quien escucha mejor, investiga mejor y entiende mejor. 

Mi responsabilidad no es gustar, no es viralizar, no es complacer. Mi responsabilidad es ser preciso, humano y honesto. 

Es defender la verdad incluso cuando la verdad no es popular. Es sostener la credibilidad incluso cuando el entorno la amenaza. 

En tiempos donde la mentira se disfraza de noticia, el periodismo ético no es solo un oficio: Es un acto de resistencia. 

La autora es Estudiante de Periodismo

La responsabilidad de las opiniones expresadas y la publicación de los artículos, estudios y otras colaboraciones firmadas, corresponde exclusivamente a sus autores, y no la posición del medio.

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