La firma de los Tratados Torrijos–Carter en 1977 marcó un hito fundamental en la historia de Panamá y su relación con Estados Unidos, estos establecieron el marco para la transferencia del control del Canal de Panamá a manos panameñas, durante la ceremonia de la firma de los tratados, el general Omar Torrijos Herrera, con profunda convicción, pronunció un discurso que simbolizó la dignidad del reclamo panameño. En su intervención, el líder panameño expresó: “Nuestro pueblo ha luchado con tenacidad heroica por perfeccionar su independencia, sin vocación de rencor hacia quienes abrieron las entrañas del Istmo de Panamá” (Revista Lotería, 1981, núms. 305–309, p. 501).

Entre 1979 y 1989, Panamá atravesó una década de retos y aprendizaje. Según la Revista Lotería (1981, núms. 305–309, pp. 241–266), este periodo representó un verdadero laboratorio político y administrativo, en el cual el país fue adquiriendo la capacidad para asumir funciones de gran envergadura bajo criterios propios y soberanos.  Durante estos años se estableció la Comisión del Canal de Panamá para llevar a cabo la implementación del Tratado del Canal de Panamá, Se desarrollaron rigurosos programas de capacitación técnica y administrativa, y se implementaron reformas estratégicas en sectores clave, con el propósito de conformar una administración canalera plenamente panameña. Dicha Comisión dejó de existir con la promulgación de la Ley 66 de 22 de septiembre de 1978, que establece la creación de la Autoridad del Canal de Panamá, esta refleja cómo las decisiones de los funcionarios nacionales constituían una afirmación de soberanía silenciosa (Ministerio de Relaciones Exteriores, 1987, p. 55). La nueva entidad se convirtió en la primera institución panameña encargada de todo lo relativo a la ejecución de los tratados.

El 1 de octubre de 1979 inicio con gran éxito el proceso de traspaso a Panamá de las tierras, aguas, instalaciones, viviendas y otros bienes que le correspondían de manera inmediata, representando algo más del 60% del territorio que anteriormente formaba parte de la Zona del Canal.

Entre los bienes transferidos se incluyen tierras específicas como áreas en Balboa, Cristóbal y Gamboa, el Fuerte Amador que incluía 17 edificios del cuartel del ejército y 8 viviendas familiares, el aeródromo y pista de aterrizaje de Albrook, 20 casas del ejército en Altos de Curundu y dos viviendas adicionales en Quarry Heights, además del Hospital Nacional de Larga Estancia, antes Hospital de Palo Seco, compuesto por nueve edificios destinados a servicios médicos y administrativos. También se transfirieron los puertos terminales del Canal Balboa en el Pacífico y Cristóbal en el Atlántico, el Ferrocarril Transístmico (Panamá Railroad), los depósitos de combustible de Mount Hope, el aeropuerto France Field y alrededor de 3,000 viviendas y edificios de oficinas.

Con el avance del proceso, Panamá vivió un verdadero despertar institucional mientras poco a poco iba asumiendo con fuerza su nuevo papel en la administración del Canal. En esos años, la soberanía dejó de ser solo una idea para convertirse en acciones palpables: cada funcionario que tomó las riendas desde un cargo técnico, cada decisión tomada sin depender de fuerzas extranjeras fue un paso más hacia el verdadero control del país. Así, el Canal dejó de sentirse como un territorio ajeno y se convirtió en un emblema vivo de identidad, responsabilidad y orgullo nacional.

En definitiva, el periodo analizado de 1979 a 1989 se consolida como una era definitoria para la nación. Su verdadero valor no reside únicamente en los grandes logros alcanzados, sino, más bien, en la impresionante manera en que se gestionó la transferencia: con una visión estratégica clara, una envidiable cohesión nacional y una preparación consciente y metódica. Demostramos, de manera evidente, que la soberanía trasciende el simple acto simbólico, convirtiéndose en una práctica diaria, eficiente y constante. En retrospectiva, la justicia alcanzada en 1977 comenzó a hacerse realidad en esos primeros años cruciales. Fue entonces cuando Panamá demostró al mundo, y se reafirmó a sí misma, con una inquebrantable capacidad para administrar por fin, y con la dignidad merecida, aquello que tanto le costó recuperar. Este legado de eficiencia y unidad es, sin duda, la clave de su trascendencia histórica.

El autor es estudiante de Maestría en Historia de las Relaciones entre Panamá y Estados Unidos, (CRUPO) Universidad de Panamá