Una reflexión para todos los colegas docentes
En las universidades de Panamá vemos todos los días algo que a veces pasamos por alto: cada estudiante aprende diferente. No todos entienden las cosas a la primera, no todos procesan la información igual, y no todos conectan con la materia de la misma forma. Aun así, muchos docentes siguen enseñando como si todos los alumnos fueran idénticos. Esa es justamente la raíz del problema.
Hay estudiantes que son bien visuales: si les muestran un mapa conceptual, un video, una presentación bonita o un dibujo, entienden al tiro. Otros son más auditivos: necesitan escuchar la explicación, participar en un debate o repetir en voz alta para que la idea les caiga. También están los que son kinestésicos, que aprenden mejor “metiendo mano”, practicando, moviéndose, haciendo una actividad o un ejercicio real.
Además están los lecto–escritores, que comprenden mejor cuando leen, subrayan, escriben resúmenes y organizan ideas en papel. Otros aprenden viendo cómo lo hace otra persona, lo que se llama aprendizaje por observación. Y tampoco faltan los que aprenden descubriendo por sí mismos, experimentando, investigando o probando hasta que entienden. También tenemos estudiantes que necesitan resolver un problema real, trabajar en equipo, hacer un proyecto, o conectar emocionalmente con el contenido para que les haga sentido.
Y algo muy común que los docentes no deben olvidar: muchísimos estudiantes son multimodales. Es decir, aprenden con una mezcla de todo esto. A veces visual, a veces auditivo, a veces práctico. No es un solo estilo, es una combinación según la situación.
Por eso, el trabajo del docente universitario va mucho más allá de “dar la clase”. La responsabilidad real es lograr que todos aprendan, no solo los que tienen un estilo parecido al del profesor. Para eso se necesita creatividad, paciencia, y sobre todo, ganas de adaptar la enseñanza. Un día toca usar videos; otro, actividades prácticas; otro, debates; otro, lecturas bien guiadas; otro, proyectos en grupo. No es complicarse la vida: es abrir caminos para que los estudiantes puedan entender de verdad.
Y aquí entra algo clave, la educación continua. Los docentes no pueden quedarse con lo que aprendieron hace diez o veinte años. La didáctica, la pedagogía, la neurociencia y las formas de enseñar cambian, y actualizarse en docencia superior, estrategias de enseñanza, evaluación y planificación debería ser parte del compromiso profesional. No es un trámite, es una necesidad para hacer bien el trabajo.
La vida universitaria se vuelve más fuerte, más justa y humana cuando aceptamos una verdad simple: todos pueden aprender, pero no todos aprenden igual. El docente que reconoce eso y adapta su manera de enseñar está construyendo una educación más inclusiva y realista para los jóvenes panameños.
Enseñar no es llegar a muchos, es llegar a todos. Ese es el verdadero reto… y también la verdadera oportunidad de transformar la educación en Panamá.
El autor es Periodista


