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Ideología y Guerra: una Historia de Justificaciones Absurdas

Por: Luis Antonio Montero Peñalba | Publicado el: 10 November 2025



Las guerras han sido una constante en la historia de la humanidad, influyendo decisivamente en el rumbo de las civilizaciones. Aunque muchas de ellas surgieron por disputas territoriales, económicas o políticas, su ejecución ha requerido siempre de una justificación ideológica que facilitara su aceptación por parte de la sociedad. Esta legitimación ha adoptado distintas formas según el contexto histórico, los protagonistas del conflicto y los valores predominantes en cada época.

A lo largo del tiempo, diversos pensadores de orientación progresista han sostenido que las guerras tienen su origen en la desigual distribución de la riqueza, donde una minoría concentra el poder económico mientras la mayoría vive en condiciones precarias. Esta interpretación fue fortalecida por los fundadores del materialismo dialéctico, Carlos Marx y Federico Engels, quienes argumentaron que la propiedad privada y la estructura de clases son las verdaderas causas de los conflictos armados. Según esta visión, las guerras surgen como una manifestación inevitable en sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre, convirtiéndose en instrumentos de dominación de una clase sobre otra. Marx y Engels también destacaron que las guerras están intrínsecamente ligadas a factores económicos y políticos, y que responden, en última instancia, a los intereses de las clases dominantes. Engels afirmaba que toda acción violenta constituye también una acción política.

Los teóricos dialécticos distinguieron entre guerras justas e injustas, en contraposición a autores como Clausewitz, que planteaban que una guerra defensiva podía transformarse en ofensiva. Para el pensamiento marxista, las guerras reflejan las contradicciones socioeconómicas de cada época y se vinculan directamente a la lucha entre opresores y oprimidos. Solo mediante el triunfo de un sistema más equitativo sería posible superar los antagonismos sociales y, con ello, erradicar la guerra como forma de relación entre los pueblos. En este contexto, Marx y Engels sostenían que la unión internacional de la clase obrera es la vía para alcanzar una paz verdadera. Desde esta perspectiva, la revolución se concibe como un medio radical de emancipación humana, que puede poner fin a la guerra como mecanismo de dominación. En consecuencia, el socialismo no requiere del conflicto bélico para su consolidación.

En las sociedades antiguas, la guerra se justificaba habitualmente mediante fundamentos religiosos o mitológicos. En civilizaciones como la egipcia, la mesopotámica o la griega, se consideraba que los dioses respaldaban o incluso ordenaban las campañas militares. Los monarcas eran vistos como representantes divinos y sus acciones bélicas eran interpretadas como expresiones de la voluntad celestial. Esta visión no solo ayudaba a movilizar tropas, sino también a generar aceptación popular.

Durante la Edad Media, la Iglesia Católica desempeñó un papel crucial en la legitimación de los conflictos. A través del concepto de “guerra justa”, desarrollado por San Agustín y ampliado por Santo Tomás de Aquino, se establecieron criterios éticos que justificaban el uso de la violencia en situaciones específicas, como la defensa propia o la restauración del orden. Las Cruzadas constituyen un ejemplo paradigmático, promovidas por el papado con la promesa de salvación espiritual (Crawford, 2020). En este periodo, la guerra fue revestida de un profundo sentido moral, en el que luchar y morir en combate se interpretaba como un acto de fe, incluso de martirio.

Con la llegada de la Edad Moderna y el surgimiento del Estado-nación, la legitimación de las guerras se centró en la defensa de la soberanía y en la expansión del poder estatal. En el contexto del colonialismo, esta justificación se amplificó mediante la noción de una “misión civilizadora”, donde las potencias europeas asumían un supuesto deber moral de guiar a los pueblos colonizados. Esta narrativa se basaba en el racismo científico y en una perspectiva eurocéntrica que consideraba a los pueblos no europeos como inferiores, legitimando así su sometimiento.

Durante el siglo XIX, el nacionalismo introdujo un nuevo discurso legitimador. Las guerras comenzaron a ser vistas como medios para lograr la unificación nacional o para defender una identidad colectiva basada en elementos comunes como la lengua, la historia o las tradiciones. Este fenómeno se evidenció en procesos como la unificación de Alemania e Italia, así como en numerosos conflictos fronterizos en América Latina (González Calleja, 2022). En este contexto, la prensa y el sistema educativo jugaron un papel central en la difusión del ideario nacionalista, promoviendo la guerra como un deber cívico y patriótico.

En el siglo XX, los conflictos armados adquirieron una dimensión ideológica aún más marcada. Los regímenes totalitarios como el fascismo y el nazismo emplearon discursos sobre la superioridad racial y el deber nacional para justificar sus campañas militares. Por su parte, el comunismo planteó la guerra como parte esencial de la lucha de clases y de la transformación del sistema capitalista. Incluso las democracias liberales recurrieron a valores como la libertad y la defensa frente al autoritarismo para legitimar su intervención en guerras, especialmente durante la Guerra Fría. En este contexto, la propaganda, el cine, la literatura y la educación fueron fundamentales para construir y sostener narrativas de legitimación moral de los conflictos.

En la actualidad, si bien el derecho internacional impone restricciones al uso de la fuerza, persisten mecanismos ideológicos que justifican intervenciones militares. Expresiones como “guerra contra el terrorismo”, “defensa de los derechos humanos” o “intervención humanitaria” son empleadas para otorgar legitimidad a acciones armadas, que en muchos casos encubren intereses económicos o estratégicos. Organismos multilaterales, medios de comunicación y discursos diplomáticos cumplen hoy una función clave en la construcción de consensos regionales o internacionales que avalen el uso de la fuerza. Así, el lenguaje jurídico y los principios humanitarios pueden ser instrumentalizados para legitimar intervenciones motivadas por razones geopolíticas.

En conclusión, la dimensión ideológica ha sido siempre un componente esencial en la justificación de las guerras. Estas no se han presentado como actos irracionales o caóticos, sino como decisiones moralmente justificadas, necesarias o inevitables, de acuerdo con los valores y las estructuras de poder de cada momento histórico. Analizar los discursos que han sustentado los conflictos armados permite comprender tanto las guerras del pasado como las estrategias contemporáneas que intentan dar sentido, aceptación o resignación frente a la violencia organizada por los Estados.

El autor es Doctor en Filosofía (PhD.). Licenciado en Economía, Magíster en Planificación Nacional y Economía y Catedrático en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá

La responsabilidad de las opiniones expresadas y la publicación de los artículos, estudios y otras colaboraciones firmadas, corresponde exclusivamente a sus autores, y no la posición del medio.

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